Hoy me paseaba por el centro de la ciudad, completamente inmerso en la monotonía que a veces -y de manera preocupante- parece invadir la mayor parte de la cotidianidad. Caminaba por la acera sin prestar demasiada atención a mi alrededor, revolviéndome entre la masa de gente que me rodeaba, sin fijar la vista en nadie, ignorando a los individuos que pasaban junto a mi siguiendo una rutina probablemente más arraigada que la mía.
De pronto vi algo que me sacó de la absorción en mis propios pensamientos: afuera de lo que parecía ser el edificio de una botica, cuatro perros esperaban, estaban perfectamente formados y si de humanos se hubiera tratado, podría decir que se encontraban en posición de "firmes." Unos segundos después, una voz grave y entonada se materializaba poco a poco, aprovechándose del efecto doppler y otras leyes de la física.
La expectación inicial por ver a los perros en tan inusual posición se transformó en incredulidad cuando, de la botica vi salir a un vagabundo, (con toda la parafernalia que nuestra imaginación dibuja al escuchar la palabra: cabello canoso asomándose bajo una boina rota, prominente barba, un tubo a manera de bastón, huaraches desgastados y ropa irreconocible.) y era él quien cantaba con una voz casi prodigiosa.
Una vez estuvo en la calle, continuó cantando a todo pulmón mientras la gente no paraba de verlo y reirse de él mientras murmuraban "está loco." Los perros lo seguían y parecían estar orgullosos de su amo; su aparente falta de intelecto impedía que emitieran un juicio burlón hacia él. Y entonces llegó la epifanía.
La gente llama loco a un hombre que no tiene empacho en hacer aquello que lo hace feliz, aquello que libera su alma y que le nace de lo más profundo de su ser. El vagabundo canta alegre, sin preocuparse por lo que la gente "cuerda" piensa de él. Canta, sonríe, camina con sus perros.
Entonces ese loco no es tal, quienes tenemos padecimientos mentales somos todos los demás que somos frenados por la opinión de la gente, por tontas reglas sociales que nos dicen que no es de normales cantar en la calle cuando queremos hacerlo. Necesitamos terapia por parte de aquél loco atrevido, ipso facto.
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