3 de julio de 2016

Lo que aprendí en 10 años.


No hace muchos días que cumplí 30 años. Creo que, cuando se cumple una década, sucede lo mismo que cuando culmina un año: tenemos ese deseo irrefrenable de ver hacia atrás para apreciar lo que hemos hecho, reflexionar acerca de dónde estamos y planear el camino por el que hemos de dejar marcados nuestros pasos; pero, a diferencia de los objetivos que se plantean cada 31 de diciembre, cumplir una década ofrece la oportunidad de afrontar retos mayores, pues sabemos que contamos con más tiempo para salir bien librado de ellos, Lo peligroso del asunto es que, al ser nosotros seres en estado de continua evolución en nuestra manera de pensar y de percibir al mundo, lo que hoy nos parece adecuado, quizás dentro de un par de años luzca como lo más absurdo que alguna vez pudimos concebir.

Sin embargo, hoy quiero hacer una minúscula comparación entre cómo veía yo la vida hace 10 años, al cumplir 20, y cómo la veo hoy, con 30 ciclos anuales completados. Para empezar, debo confesar que para mí significó un cambio más dramático pasar de los 19 a los 20, pues sentía una gran conmoción al pensar que, cuando me preguntaran mi edad, iba a dejar de comenzar la frase con "dieci..." para decir "veinti,.." y eso era algo que, en la insignificancia de mis problemas de aquéllos días, me causaba un gran conflicto. La vida, al comenzar los veintes, se veía mucho más sencilla, y yo creía tener el plan perfecto para triunfar en ella. Uno que, además de todo, era muy sencillo; tan sencillo que me parecía ridículo que otros no se dieran cuenta de que ése era el secreto, la gran receta: haz aquéllo que te haga sentir contento.

Sigo pensando que realmente es ésa la fórmula, pero tiene un pequeño truco que impide que las cosas sean tan fáciles como podrían parecer a priori, y se trata de que, para encontrar algo que te haga sentir contento, debes probar primero muchas cosas que, o te harán sentir mal inmediatamente, o que serán satisfactorias en un inicio, pero en las que eventualmente perderás el interés. Así que la fórmula está ahí, escrita y visible para todo el mundo. No es ningún secreto ni algún misterio que sólo conozcan los monjes budistas o los iluminados maestros tibetanos. Pero lo difícil, y lo que todos debemos hacer por nuestra cuenta, es encontrar el valor de las variables que resuelvan esa ecuación en función de nuestros propios sentimientos y deseos. 

Quiero decir que hay que llevar a cabo muchas pruebas, a veces es necesario desandar un camino que habíamos tomado con mucha decisión, con el fin de reconocer que el que nos habíamos negado a recorrer era realmente el adecuado. Otras ocasiones deberemos simplemente dejar de caminar; esperar, observar, escuchar y tantear el entorno para saber no sólo si nos conviene continuar, sino también para decidir con qué actitud hemos de enfrentar lo que nos vamos a encontrar.

Creo que eso es lo más importante que aprendí en esta década. No sé si dentro de diez años, al leer esto, sonreiré al ver confirmada mi teoría, o simplemente me dará pena la ingenuidad de la que mis pensamientos eran prisioneros en este momento. Habrá qué esperar 120 meses para saber la respuesta, pero sé que dejaré un registro escrito al respecto.