La semana pasada me di oportunidad de ver el especial de Friends. Me fascinó. Como fanático asiduo de la serie, considero que no quedó a deber. Bueno, acaso una presentación en vivo de The Rembrandts interpretando I’ll Be There For You habría sido un buen detalle, pero no fue indispensable. La melancolía de los seis actores principales al estar reunidos en los foros diecisiete años después era palpable y se transmitía a través de la pantalla. Los invitados, tanto los que formaron parte de la comedia (Maggie Wheeler, Reese Witherspoon, Larry Hankin) como los que no (Lady Gaga, Kit Harington, Malala Yousafzai), contribuyeron en justa medida a definir el contexto y la trascendencia de la serie.
Especial impacto me causó ver a Matthew Perry. He leído que durante el rodaje de Friends sufrió de enfermedades causadas por el abuso del alcohol y de otras sustancias, y me parece que las secuelas de estos problemas son palpables en su apariencia. Siendo Chandler Bing mi personaje favorito, percibir que el actor que le dio vida ha perdido la chispa resulta, cuando menos, triste. Sin embargo, ver el abrazo entre él y Matt LeBlanc, como si se tratara de Chandler y Joey, ayuda a contrarrestar un poco esa amarga sensación.
Para mí Friends fue más que una serie. Se trató de una subcultura, de un ritual que semana con semana los televidentes llevábamos a cabo durante media hora. Soy parte de esa generación que ha visto las diez temporadas más de cinco veces, que conoce los diálogos, que utiliza la serie como referencia en la vida cotidiana, con frases del tipo “como cuando en Friends Ross dice que…”. Lloré de alegría y emoción cuando Chandler y Monica se comprometen en matrimonio, sufrí cuando no sabía si Rachel se había bajado del avión, reí a carcajadas cuando el papá de Rachel y Mona se juntan en el departamento de Ross, me emocioné con el nacimiento de los trillizos de Frank Jr., sé lo que es el Unagi, conozco la letra de Smelly Cat, y sé cómo insultar a alguien con las manos sin mostrarle el dedo medio, y es por eso que esperaba con ansia ver este capítulo especial, la reunión, después de diecisiete años de la emisión del capítulo final. Valió la pena.
En algún punto del programa James Corden pregunta a Lisa Kudrow si no ha pensado en hacer una película como continuación de la trama, y ella responde que no, porque los productores acabaron cada historia de una manera muy elegante, y tendrían que explicar muchos detalles para hacer una continuación. Desde mi punto de vista, tiene razón. Las vidas de todos los personajes acabaron en el punto exacto, dejándonos a los televidentes el ejercicio de imaginar qué ha pasado con ellos hasta el día de hoy.
Así como le sucedió a Rachel con Ross cuando lo vio llegar a Nueva York con Jullie, este episodio me dio el closure que necesitaba. Es el final perfecto y me ayudó a aceptar que Friends ya terminó y no estará nunca más de regreso. Es tiempo de avanzar y expandir la vista hacia otras comedias. De cualquier modo, pase lo que pase, sé que Friends siempre ocupará el número uno en mis series favoritas, y es inamovible.
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