Creo que llego un poco tarde para abordar este tema, pero no había tenido la oportunidad de expresar mi opinión acerca del “lenguaje inclusivo”. Lo diré sin dilación ni rodeos: me parece una tontería. Somos todos o todas, pero no todes. Somos nosotros o nosotras, pero no nosotres. Somos amigos o amigas, pero no amigues.
Han pasado ya algunos días desde que una chica (sí, la llamaré con pronombres femeninos) que se hace llamar Andra Escamilla revivió un debate que ya lleva algunos años asomándose por las redes sociales, y en el que incluso la RAE ha expresado su opinión en más de una ocasión. Aprovechando el nuevo auge generado a raíz del incidente en el que Andra solicita que se refieran a ella como compañere, me he puesto a leer distintos comentarios que parecen dividir la opinión pública en dos.
El primer grupo, que apoya a Andra, sostiene que ella tiene todo el derecho a solicitar que se le llame como ella desea. También argumentan que todas las personas estamos en nuestra libertad de identificarnos con un género, con otro, con ambos, o con ninguno. El segundo bando parece enfocarse en el idioma y en las reglas lingüísticas, aduciendo que les parece una aberración que las personas de género “no-binario” se inventen pronombres y palabras que, al menos hasta hoy, no existen oficialmente en nuestro idioma.
Comenzaré mi argumentación dirigiéndome a este segundo grupo de personas. Y debo decir que pocas veces en mi vida había visto tanta hipocresía. Hoy se presentan como arduos defensores de la letra, la gramática y la sintaxis, pero en sus escritos ponen “haber” cuando quieren decir “a ver”. Se comen letras, evitan el uso de la “q” y la “u” sustituyendo estas dos por “k”. Omiten el uso de signos de interrogación. Cuando una persona busca corregir su ortografía o gramática suelen responder con frases del tipo
-Bueno, pero me entendiste, ¿no?
Y se niegan a modificar lo que está mal escrito. Además de todo esto, usan anglicismos innecesarios, como gym, influencer, online, outfit, stalker, streaming, entre otros. Pero resulta que son protectores incansables del español.
Con los que están a favor de lo inclusivo coincido en que un lenguaje no es estático, sino que evoluciona a través del tiempo y de las generaciones. Nosotros hoy en día utilizamos palabras que en la época de nuestros padres o abuelos no existían. Es también un excelente argumento el que dice que la RAE no dicta las reglas del español. Más bien las agrupa, las ordena y las publica, pero somos los hispanohablantes quienes dotamos de sentido o de significado a un vocablo. La existencia del español es la que justifica y da sentido a la existencia de la RAE, no al revés. El idioma llegó al mundo antes que la Real Academia Española.
No me opongo a la invención ni uso de nuevas palabras. Yo en mi juventud (y todavía) usaba muchísimo las palabras “chido” y “chale”, por ejemplo. Aún utilizo “wey” para referirme a mis camaradas o para señalar a un desconocido. La diferencia es que yo no iba por la vida exigiendo a los que no gustaban de utilizar dichos términos que lo hicieran porque a mí me parecían apropiados para expresar mis ideas. Entre mis amigos o personas de mi rango de edad usábamos esas expresiones con regularidad y las entendíamos, pero sin ponernos a llorar cuando alguien no las utilizaba. Y esa sería mi recomendación para los autodenominados “no-binarios”. Quieren expresarse utilizando palabras como todes, nosotres, amigues, elle, le…, ¡adelante! Ciertamente están en todo su derecho. Si se entienden entre ustedes y son capaces de expresar sus ideas de una manera clara y congruente, no veo cuál es la objeción. Pero no traten de imponer ese léxico a quienes no queremos adoptarlo. Y sean pacientes. Es probable que eventualmente, si se populariza el uso de ese vocabulario entre las generaciones más recientes, la RAE acabe por incluirlos como parte del glosario de los hispanohablantes, como ya ha hecho con algunas palabras que en su momento no eran reconocidas.
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